3/3/11
Ella.
Ya fuese en el metro, en el autobús o en el tren, sentía el irremediable impulso de intentar agradar a los demás. Lo notaba porque se sorprendía a sí misma mirando su reflejo en la ventana, peinándose o colocándose el pañuelo que llevaba al cuello. Después de que las puertas del vagón o autobús se abriesen, acto seguido recorría con la mirada los rostros de las personas más cercanas a ella. Solía buscar una chica o un chico de su edad, más o menos, aunque casi siempre era un chico. Lo elegía simplemente para focalizar su intención hacia alguien en concreto. No es que fuese por infidelidad, simplemente le apetecía disfrazarse de otra cuando suponía que nadie cercano la conocía. Entonces miraba al chico de reojo aproximadamente cada cinco minutos por encima del libro que fingía leer, ya que cuando viajaba, jamás conseguía concentrarse. Se limitaba a leer el mismo párrafo una y otra vez. Y a veces, cuando volvía a dirigir su mirada por encima del libro, otra persona había sustituido a la que ella había elegido, y sólo entonces caía en la cuenta de cuán cambiante es el mundo, que pasa desapercibido cada día ante nuestros ojos, sin que notemos la presencia de lo irremediable.
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