6/11/11

Por ejemplo: un tren que se detuvo en una estación y depositó una larga fila de hombres adultos con trajes brillantes y sombreros hechos en serie, igual que si fueran una pollada de insectos idénticos, objetos semianimados que salieron fft-fft-fft del último vagón, luego el tren hizo sonar su silbato eléctrico y avanzó a través de las tierras mancilladas hasta otra dirección donde depositaría una segunda pollada.

O cosas como esas cinco mil casas idénticas salidas de una cadena de montaje alineadas en las colinas de las afueras de la ciudad, tan recién salidas de la fábrica que aún seguían unidas unas a otras como las salchichas; un cartel que decía "ENCUENTRE SU NIDO EN LAS VIVIENDAS DEL OESTE - SIN ENTRADA PARA LOS VETERANOS"; un parque de juegos al pie de la colina, una reja cuadriculada y otro cartel que decía: "ESCUELA PARA NIÑOS SAN LUCAS"; cinco mil chicos con pantalones de pana verde y camisas blancas bajo suéteres verdes jugaban a "la culebra" sobre media hectárea de gravilla. La larga fila saltaba y se retorcía como una serpiente y, cada vez que daba bruscamente la vuelta, el chiquillo que iba a la cola se desprendía y salía rodando contra la verja como una pelota. Con cada tirón. Y siempre era el mismo chiquillo, una y otra vez.

Esos cinco mil niños vivían en esas cinco mil casas, propiedad de los tipos que se habían bajado del tren. Las casas eran tan parecidas que los chicos se equivocaban constantemente de casa y de familia al volver del colegio. Nadie lo advertía. Comían y se acostaban. El único que no pasaba inadvertido era el último chiquillo de la cola. Siempre iba tan rasguñado y magullado que quedaba fuera de lugar dondequiera que fuese. Tampoco era capaz de relajarse y reír. Resultaba difícil reír cuando se siente la presión de los rayos que emite cada noche, o cada casa que uno cruza.


Alguien voló sobre el nido del cuco, Ken Kesey.

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