16/1/12

Barber no pudo tratarme mejor, ni ser más considerado y comprensivo, pero yo me encontraba en un estado tan lamentable que apenas me enteraba de que él estaba allí. Kitty era la única persona que era real para mí y su ausencia era tan tangible, tan insoportablemente insistente, que no podía pensar en otra cosa. Cada noche comenzaba con el mismo dolor en mi cuerpo, la misma palpitante, asfixiante necesidad de que ella me tocara de nuevo y, antes de que pudiera darme cuenta de lo que me pasaba, notaba el ataque por debajo de la piel, como si los tejidos que me mantenían entero estuvieran a punto de estallar. Esto era la privación en su forma más repentina y absoluta. El cuerpo de Kitty era parte de mi cuerpo y, no teniéndolo a mi lado, ya no me sentía yo. Me sentía mutilado.






Paul Auster, El Palacio de la Luna

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