
Paseaba, sin ir a ninguna parte en concreto. Simplemente por el placer de parecer una persona ocupada, como si tuviese otras cosas en la cabeza, como si no se pasase en realidad el día pensando en sus leves desgracias, como si no le gustase recrearse en el dolor azaroso que la rodea. Pero, sobre todo, le encantaba pasear en los días de lluvia intensa, para que sus lágrimas se confundiesen con la lluvia y así nadie se diese cuenta. Y pudiese llorar todo lo que quisiera, sin padres, madres ni horarios, sin los típicos “por qué lloras” o “qué te pasa”. Al fin y al cabo, por la calle todo el mundo parece ocupado, y con otras cosas en la cabeza.
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