2/9/11



Me gusta pensar que nuestros lunares -sí, esos, los que tú ya sabes- son una marca que nos une iremediablemente, grabada a fuego en nuestra piel. Sí, esos que tenemos iguales, en antebrazos contrarios y simétricos entre sí cuando nos cogemos de la mano -izquierda, la mía y derecha, la tuya-. Son una marca que nos une desde tiempos inmemoriales, como si en cada reencarnación hubiésemos estado juntos. Como si fuese una pista cuyo significado se ha olvidado, generación tras generación, y cada vez que nos reencontramos volviésemos a entenderlo todo. Como si hubiésemos estado juntos desde la era en que vestíamos pieles de mamut y nos decíamos "te quiero" con gruñidos. Me gusta pensar también que cuando no estés, ellos dos te echarán de menos, que se verán solos sin sus gemelos. Como si fuera una constelación de cuatro estrellas que al separarlas en dos partes se sintieran incompletas.
También me gusta pensar que es la cicatriz que se nos quedó de cuando éramos uno solo, un andrógino con cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros y dos cuerpos unidos. De cuando los dioses se enfadaron con nosotros al intentar desafiarlos y nos partieron en dos, condenándonos a vagar eternamente en busca de nuestra otra mitad.

Pero yo a ti ya te he encontrado.

2 comentarios:

criStina dijo...

Esta entrada no puede ser más bonita.

Lady Drama dijo...

Es muuuuuuuuuuy genial!!!