Agarramos sin dudar la mano que se
nos tiende, cálida
protectora
infalible
La mano de ese dios supremo capaz de cualquier cosa,
escalar cualquier montaña,
matar a cualquier monstruo
Los años pasaron y la mano
comenzó a flaquear,
a arrugarse,
a ser más débil
Nos sujeta con igual determinación pero el dios ya
no es tan fuerte,
ya no es tan sólido
Y entonces aquella figura titánica
feroz
irrompible
no es más que una figura humana,
real,
a quien dulcemente
le sujetamos las manos
y acariciándolas
lo llamamos
«papá».
No hay comentarios:
Publicar un comentario