29/10/10




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Siempre tengo miedo de contarte cuándo he llorado por última vez, porque sé que te preocupas, o al menos preferirías que no lo hiciese, pero no creo que sea motivo de preocupación. De hecho sería motivo de preocupación que no llorase y me lo guardase todo dentro, porque eso al final acaba saliendo en forma de algo mucho peor, por no hablar de que hasta que ocurre, el dolor de dentro se te hace incómodo y pesado.

Pero no te preocupes. Hoy lloré, como nunca. Ni tres minutos, como dice Cortázar. Más bien, tres segundos. Pero la intensidad con la que salieron esas pocas lágrimas, la velocidad que hacía que hasta doliese, hizo que fuera un instante único. Un instante en el que se me vinieron a la cabeza todas las desgracias de la historia universal, pero sobre todo las no merecidas, y que me hicieron pensar por qué hay tantos momentos buenos pero a su vez por qué sólo nos matan un poco los momentos malos. Los dolores ajenos fueron míos y me embargó una tristeza mundial, típica de las tardes de invierno, en las que el día muere dejando paso a la noche, fría e impersonal. Y te duele, porque no puedes hacer nada por evitarlo.


No dejes que te consuman, “no se puede encontrar la paz evitando la vida”.

Un abrazo,

X

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